lunes, 6 de agosto de 2012

RENUNCIO



Comencé a trabajar el 18 de octubre del 2002, era un viernes y yo sufría de hemorragias constantes por la nariz, fue en un edificio de la calle Morelos en Toluca, que albergaba las oficinas del Instituto Electoral del Estado de México, sin oficina, sin computadora, sin teléfono y con medio sueldo, que me alcanzaba para ponerle gasolina a mi carro dos veces a la quincena, para pagar la pensión en la calle de Pedro Ascencio y para ir al cine, era yo el plancton de la cadena alimenticia del servicio electoral, adscrito a la unidad jurídica como pasante, aprendiz o cualquier otro adjetivo que justificara mi modesta remuneración.

Sin embargo, era feliz, conocí a grandes personas, comenzando por mi jefe, el Licenciado Miguel Salamanca, mi jefe directo, Memo, mis compañeros, Lalo, Mario, Mañon, Ángel, Román, Alfredo, Rommel, Celia y desde luego Lety, Angie y Here, sin olvidar a Blanquita y a Belem. Esa era la tropa que pronto se convirtió en mi familia, me enseñaron a trabajar, a comprar en abonos, a intercambiar las guardias, a organizar una tanda, pronto me aprendí sus vidas y ellos la mía.

Me costó trabajo destacar, probablemente las expectativas conmigo eran mesuradas, sin embargo yo quería trabajar ahí y aprender, lo que me ayudó a superarme y a salir del IEEM, 3 años después con un sueldo mucho mejor y con la gran satisfacción de formar parte fundamental de un área fundamental, la unidad de atención a medios de impugnación.

Me volví una chucha cuerera para eso de los medios de impugnación, pasé muchas horas proyectando resoluciones, haciendo informes circunstanciados, preparando pruebas o en las oficialías de parte de los tribunales electorales, llegué a decir que si pudiera me dedicaría el resto de mi vida a eso. Cuando mi papá escuchó aquello, por primera vez, solo resoplo y continuó con su tema.

Cuando entré al gobierno de Enrique Peña, fue como subdirector!!!, tenía a mi cargo como a 20 personas, todos mayores y mucho más experimentados que yo, Tanya, López Camacho, Miguel, Jacinto, Marcos, mi jefe, Ojeda era un tipo del que aprendí mucho y que me ayudó a explorar los límites de mis capacidades, también entonces, en la Procuraduría del Medio Ambiente, dije que podía dedicarme a eso toda mi vida. Mi papá, observó y medio sonrió.

Luego, un gran amigo me “rescató” de ir diario a Tlalnepantla y me ofreció trabajo con él, era una decisión difícil, éramos amigos y se convertiría en mi jefe, al final todo resultó muy bien, aprendí y crecí profesionalmente como nunca, conocí a muchas, muchas personas que hoy siguen siendo importantes en mi vida, seguí viniendo al valle de México, pero esta vez a Ecatepec, mi segundo hogar, (a veces parece el primero).



Obvio también dije que me podía dedicar a eso toda la vida.

Cuando me invitaron a la Procu, como director general, no lo pensé, ni lo dudé, desarrollé otras habilidades, me reencontré con algunas guardadas y aprendí que la gente decente vale lo que mil indecentes, colaboré en pocos meses a la modernización y humanización de un lugar al que resulta difícil ir, ya sea a trabajar o a denunciar.

Ahí ya no dije que me dedicaría a eso toda la vida.

En abril del 2011, recibí la invitación más inesperada y espectacular para trabajar que me había ocurrido hasta entonces, no me iban a pagar y tenía que hacer algo que jamás había hecho en tan solo 60 días, tenía que viajar diario a Neza, Chimalhuacán y los volcanes, es la experiencia personal, laboral y profesional, más nutritiva de mi vida, cada día aprendí más que en toda la vida anterior. Pero no me dedicaría a eso toda la vida.

A lo que hago actualmente, tampoco me dedicaría toda la vida, finalmente es la mayor responsabilidad en el servicio público que he tenido hasta hoy y me fue conferida por el mismísimo Gobernador del estado, por ello comprendo que no puede ser para toda la vida, sin embargo, le entrego mi vida porque es lo único a lo que me dedico hoy y es una oportunidad inmejorable para ayudarle a mucha gente.

Y de eso se trataban los suspiros de mi papá, él sabía lo que yo quería decir sin que yo mismo lo supiera, soy un enamorado del trabajo, de lo que hago, sea lo que sea y mientras Dios lo permita, trabajaré con amor y pasión todos los días, no se trataba de una postura mediocre o conformista, era mi asunción a la edad adulta, a la convicción de trabajar, a hacerlo muy bien y sentirme satisfecho cada día de pago.

Finalmente, que sería de nuestras vidas sin el trabajo, que dignifica, que alimenta, que ocupa, que ayuda, que sirve, que construye, que defiende y que de paso nos da para vivir.



PD. Al cierre de este hakuna México lleva 5 medallas y la selección de futbol está en semifinales, solo un deseo tengo: escuchar el himno nacional y ver nuestra bandera en lo más alto, a ver si no tengo que auto invitarme a algún inicio de cursos.

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