Cuando comencé la dieta más reciente
en mi vida -he iniciado varias con diferentes resultados- me encontré con la
peculiaridad de que tendría que convivir muy seguido con un grupo de gordillos o pasadillos de peso en una especie de grupo de ayuda encabezado por
una psicóloga, pues en el tratamiento referido, es fundamental este apartado de
la ayuda psicológica y el intercambio de experiencias con otras personas que
también dejan de masticar y pierden peso muuuuy
rápido.
Acostumbrado a la terapia y a controlar
muy bien mi capacidad de abrirme o no a la misma, resignado me sometí al
ejercicio; pronto me encontré con que los otros participantes extrañaban comida
que yo no y comprendí que mis hábitos alimenticios además de malos eran
inusuales, pero que los de mis queridos compañeros eran muy parecidos y
pasaban, al igual que los de mi papá, mi mamá, mi hermano Manolin, mis amigos
panzones (todos), la exposa de chocolate la comejitomates, la vaquita lechera,
mis abuelos, mis tíos y una buena parte de los mexicanos, por la lechita y el
pan dulce.
Me gusta el pan, disfruto mucho un
bisquet con cajeta o una concha de amasijo, una dona, una mantecada, un conde
de la Millán, pero no lo extraño, no sufro ni siento compulsión por rellenarme
de pan; con la leche es diferente, mi relación con los lácteos siempre ha sido
difícil, hasta ya crecidito me gusto
el queso y sólo en algunas variedades o presentaciones y la leche la tomaba a
fuerza, para no angustiarme con la efectiva amenaza de mi mamá de que me iba a
poner giotoso.
En el grupo de ayuda, se hablaba
largo tiempo de garibaldis, de
pasteles, mientras mis penas eran por las palomitas de maíz, las hamburguesas y
los tacos en cualquiera de sus variedades; también platicamos -al tiempo me
volví muy participativo- de lo que significa la comida para nosotros, de como
en casa nos abrazaban con comida, de como cada festejo en la vida conlleva
comida y bebida, de como no es cortés negarse a un taquito, a una probadita y
de cómo cada mordida llena los vacíos profundos del alma.
También platicamos, en el grupo y con
los otros especialistas que me atienden de hábitos de vida, de salud, de
ejercicio, de medicina, de enfermedades.
El hecho de salir a la calle, de
hacer mi vida, me hace pensar diario en la dieta, lo mismo porque alguien
sorprendido me pregunta ¿qué te pasó? O porqué alguien no lo pregunta, pienso
en lo que no debo comer y en las recompensas.
He aprendido que para vivir hace
falta comer en porciones suficientes diferentes tipos de alimentos, pero también que lo
maravilloso de los humanos es que no sólo comemos para sobrevivir, sino que lo
hemos vuelto todo un arte, un placer de placeres, hemos inventado lugares,
sabores, colores, nombres, gentilicios, identidades a partir de la comida, a
nadie le hace falta ir al ihop para sobrevivir, pero que bien saben unos
hotcakes un omelete con tocino y salchicha y una jarrita de café; no se de
nadie que haya muerto por no comerse un antojo, pero si se de personas que han
muerto por excederse en cumplir cada uno de sus antojos.
Obvio que parte de nuestra cultura
hedonista esta también ligada a nuestra especie, los humanos comemos y bebemos
para alimentarnos pero también para convivir, para probar lo que la naturaleza
nos da, es parte de nuestra prerrogativa como especie alfa, darnos placer es incluso
orgánico, el postrecito sirve “para
cerrar el píloro”, el alfajor y el express para qué el organismo se recupere
del gran trabajo digestivo que hizo para consumir medio kilo de carne con medio
litro de vino y otro tanto de pasta, el digestivo o al aperitivo preparan al
organismo o lo ayudan a concluir su trabajo, “el desayuno es la comida más
importante del día”, “terminando de correr hay que tomar cerveza y comer
pasta”... ¿Han escuchado la dieta de Michael phleps?
Por eso sería inhumano vivir sin antojos,
pero también lo es vivir para cumplirlos todos, hoy, cada postre, cada ida al
cine, cada pan dulce, significa un gran esfuerzo y tener la plena conciencia de
que cada cosa que no necesito, me cuesta más trabajo eliminar o compensar.
La vida pública y política de México
también es obesa y padece diabetes, presión arterial y problemas cardiacos y
como en nuestro caso, estos padecimientos también son asesinos silenciosos,
nuestra burocracia es muy gorda, pesa, es la grasa que en cantidad adecuada nos
sirve pero que en exceso nos mata. La democracia pasa de light a dulce, a
amarga, a ser a veces un producto que no tiene etiqueta de valores
nutricionales. Las reformas que sí se aprueban, son light, insuficientes, a
veces incomprensibles, sobre todo cuando las comparamos con la coca light que
pedimos con nuestros diez tacos al pastor, (ya se imaginarán que son los tacos
¿no?)
México además de dieta y ejercicio,
requiere cambio de hábitos, de educación, disciplina, constancia, perseverancia
y recordar permanentemente que nuestro metabolismo nos puede subir de peso de
inmediato, por eso siempre habrá que cuidarnos.
México, los mexicanos, sabemos lo que
necesitamos para vivir y lo que no es necesario y solo engorda o mata, pero
como en nuestro caso, la diferencia está en la fuerza de voluntad, colectiva,
coordinada organizada.
En otra oportunidad escribiré sobre
el sentido común y la intención que tengo de agregar a mi vida la oportunidad
de compartir con más gente, mi experiencia para perder lo que nos sobra y
trabajar en no recuperarlo, mientras tanto, para finalizar, en días recientes,
la asociación el poder del consumidor, dio a conocer el incremento en el número
de muertes ocasionadas por la diabetes y la obesidad, destacando que la cifra
se ha disparado en los primeros 12 años de este siglo, pero la gente que murió
en estos 12 años a causa de estos males, muy probablemente no enfermó o
adquirió sus hábitos alimenticios en estos años, la culpa es de muchos,
incluyendo a los gobiernos con todo y sus legislativos, a los medios de
comunicación y a la propia industria de alimentos, ¿no me creen?, busquen un
anuncio en la tele de jicamas o pepinos o hagan la prueba de ver que encuentran
más rápido a su alcance, un oxxo, un carrito de papas o uno de pepino que brinde
la confianza suficiente para aventarse el tiro.
La tarea, así como la culpa debe ser
compartida, siempre será mejor y desde luego menos costoso prevenir, comencemos
con nuestra propia conciencia y ya verán como poco a poco, nos iremos
contagiando.
P.D.
Este pan, más que dulce ha sido muy
amargo, duro y realmente insuficiente, afortunadamente ya se acabó.
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