En mi mediana infancia conocí al Doctor Baz, ya había
tenido contacto con el, pero ciertamente tuve conciencia de quien se trataba
hasta unos años después, recuerdo que era un señor muy grande, mi papá lo
refería como su maestro y me platicaba un montón de cosas de el: que fue
gobernador muy joven, que hizo más de 10,000 apendicectomías, que por una de
ellas le cobro unos cuantos dólares más
a una señora rica que se fue a Houston a que la operara el mismo Doctor que la
operaría en México, que se levantaba a las 5 de la mañana, se daba un baño de
agua fría y hacia mucho ejercicio.
En algunas ocasiones, Manolin y yo, acompañamos a mi
papá a la casa de Baz o a su club, en donde desayunábamos muy sabroso y al
final, se juntaba un dinerito entre todos y se pasaba el cubilete de mano en
mano – éramos muchos – hasta que al final quedaban 2 y se jugaban el albur a un
dado. Cierto día de diciembre, recién había pasado mi cumpleaños y estando próximo
el de mi mamá, llegué a la final del cubilete habiendo librado un par de
“pachucas” de las que me sacaron dos desafortunados más adelante en la mesa,
cuando me tocó girar el dado, nubladamente recuerdo que gané aunque en realidad
no sabía y finalmente aunque todos querían que el premio fuera para mí, mi papá
decidió que debía dividirse entre el señor que llegó a la final y yo, que me
quedé desconcertado.
Como si tuviera lumbre, en cuanto pude, me fui a
comprar un “transformer” y un paquete de bolsitas de “krankys” de ricolino que
fueron el regalo de cumpleaños de mi mamá, todo lo hice sin pedir autorización
pues asumí que se trataba de mi dinero y que podía usarlo como mejor me
pareciera; vaya como me fue mal esa noche cuando mi papá se enteró que había
dilapidado aquellos pesotes en esas frivolidades, me sentí mal, como si hubiera
hecho algo malo, aunque en realidad gran parte de mis recuerdos reprimidos
tienen que ver con sentimientos parecidos.
En política, “no confundir lo supuesto con lo
averiguado”, se refiere a grandes rasgos, a que la información es poder,
siempre y cuando esté confirmada y sea entonces momento de compartirla con
quienes debemos y en el momento que debemos (de esa otra regla hablamos
después), además, de que nunca será igual de valioso aquello que conocemos por
experiencia propia que lo que pensamos pasa o puede pasar en “x” o “y”
circunstancia, finalmente, tiene que ver con el “hubiera”, que dicho sea de
paso tanto en la política como en la vida no sirve para nada… ¿qué hubiera pasado
si México le ganara a Alemania aquel partido de 1998?, ¿qué hubiera pasado si
en lugar de comprar el mono y los chocolates le preguntara a mi papá que hacer?
Aprendí con los años, que no puedo asumir cosas si no
tengo la experiencia suficiente como para darlas por hecho, incluso he de
corroborar casi metódicamente cada cosa, cada hecho antes de darlo por sentado.
Se ha convertido en un proceso mental y moral muy rápido que ejercito todos los
días, antes de mandar un mensaje, de escribir una nota, de comenzar un hakuna,
verifico la veracidad y el contenido, ya no se diga la valía de mi información,
pero sobre todo busco el modo más asertivo de comunicarlo, todo eso lo aprendí
al siempre dudar que en realidad gané aquella vez en el cubilete y al mantener
la incógnita de porqué mi papá se molestó cuando vio que me había gastado
aquella lana.
Dicho sea de paso, durante mucho tiempo me negué a
apostar, no jugaba ni a las canicas y aunque mi infancia guarda recuerdos
memorables de las largas jugadas de dominó, jamás volví a jugar por dinero,
digamos que quede ciscado. Fue apenas hace unos años, que mi papá me ayudó,
casi de manera karmática a poder jugarme aunque sea unos pesillos de vez en
cuando, al transmitirme la filosofía de un amigo suyo: “el dinero del juego, es
del juego”, así, tan simple y tan fácil lo que me gano en el juego, que viene
de ese gusto por desprenderme de algo para jugarlo a la suerte, lo tengo que
dejar en el juego, bueno casi siempre, con algunas quinielas he invitado a mis
novias a comer y con uno que otro pai gow poker favorable me he comprado un
gustillo o dos.
En fin, aquellas dudas, aquellas incertidumbres que
te dan el saber si hiciste bien o hiciste mal, no pueden mantenerte martirizado
o aislado de la realidad, por eso más vale averiguar las razones de esos
sentimientos y definitivamente estar seguros de lo que suponiendo nos
atormenta.
A MI PAPÁ.
Tengo tanto que agradecerle que no puedo reprocharle
nada, porque aunque quisiera, cada cosa tiene una justificación y al paso del
tiempo es plenamente entendida, todo, desde sus abrazos, sus llamadas de
atención, sus cinturones, sus sacrificios, sus confesiones, su silencio, su
comprensión, su apoyo, su cariño, su gusto de vernos contentos, su satisfacción
de hacernos felices, de darnos lo que él no tuvo, tantas cosas, que decir
gracias es aunque poca cosa, dicho desde el fondo de mi corazón.
Nadie nos quiere como nuestro padre y tampoco a nadie
podemos querer igual que a un padre y supongo que igual que a un hijo, el amor
de padre me ha dado fortaleza, seguridad y temple, mismos valores que les deseo
a quienes por alguna razón no tienen o no tuvieron papá y mismos que uso para
reprocharle a aquellos que siendo benditos de ser padres se condenan al no
ejercer ese vínculo como se debe y como lo necesitan sus hijos.
PD. Cetosis en proceso, -19 y contando.
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