NO
HABLAR MAL DE NADIE.
LAS
REGLAS DE ORO 3
Metido en este proceso de la dieta en cetosis
me he dado cuenta de que lo más fácil de la dieta es seguirla a pie juntillas
pero también es igual de fácil romperla, desde luego que los resultados son
notoriamente diferentes, para empezar está el sentimiento de culpa desolador y
obviamente la consecuencia funesta de no cumplir con el objetivo.
Honestamente debe haber un gusto, una
satisfacción en todo aquello que hacemos voluntariamente, hay otras cosas que
tenemos que hacer o por las que tenemos que pasar que no dan ni gusto ni
satisfacción, probablemente algo de consuelo o tranquilidad al pasarlas, pero
ahí no hay de otra, la diferencia entre lo que queremos hacer y lo que tenemos
que hacer radica específicamente en la satisfacción del hecho.
Por ello me resulta incomprensible que la gente
disfrute o encuentre algún tipo de satisfacción hablando mal de alguien más, no
es ni siquiera sano para nosotros mismos y ver o escuchar a alguien
refiriéndose así de otra persona, regularmente ausente en ese momento, nos
refiere que eso mismo puede hacer el interlocutor de nosotros en nuestra ausencia.
“Hazte de fama y échate a dormir” dice el
dicho, y es precisamente lo que pasa cuando alguien se vuelve chismoso,
mentiroso, solapador o injurioso, cuando le quieran adjudicar una falta, cuando
le quieran colgar un muertito, no habrá mayor problema en creerlo, porque
precisamente esa fama ganada lo antecede; incluso, aplicando otro dicho que
reza “maté un perro y ya soy el mataperros”, no salvamos al sujeto, pues basta
una sola ocasión de oírlo despotricar para que deje sentado el mal antecedente.
En la política y en la vida –como podrán darse
cuenta ambas cosas muy similares- la honestidad y la prudencia son valores
fundamentales para ser dignos de otorgar o recibir confianza, pues se trata de
muestras universales de madurez, de serenidad, de autocontrol y de congruencia.
Tuve mi propia experiencia enriquecedora muy
temprano en la vida, en primero de secundaria, en la gloriosa 5 anexa a la
Normal la maestra Alicia Hernández de ciencias naturales organizó una ida al
museo del calvario, puntual como siempre llevé mi dinero para el pase y todo
eso, un billetote de diez mil pesos recuerdo, que nunca llegó a ser el pago del
mentado viajecito, pues una niña alegó que aquel dinero le pertenecía y sin más
la maestra lo sacó de mi bolsa para entregárselo a la escuincla aquella sin
mediar mi derecho de audiencia.
Enojado, indignado y confundido, me dediqué a
referirme a la pequeña compañerita como “la cebolla”, (estaba para llorar) y en
algún momento hable mal de ella entre mis cuates e incluso me atreví a despedirme
con el famoso mote que colocó nuestro compañerito López Portillo, que dicho sea
de paso rebautizó a media generación, la otra mitad se la echó la Sunyol.
Más tarde, preocupado por el asunto de la lana
y entripado por el coraje, me dispuse a relajarme como solo los hombres de 12
años sabemos hacerlo: yendo a jugar futbol; ya de regreso en la casa, mi mamá
con una cara de sorpresa, gusto, complicidad y algo de indignación, ésta muy
fingida, me interceptó para decirme que para mi mala suerte ese día mi papá
había venido a comer y que en el preciso momento de la sopa aguada, aparecieron
la cebolla, sus carnalitos y su abuela, con un palo en mano, para reclamar
airadamente la ofensa que yo había perpetrado contra el honor de la familia.
Aguantándose la risa, mi papá me dio aquel
derecho de audiencia tan anhelado en la mañana y me permitió llorar como la
magdalena y explicarle con lujo de detalle la verdad y los motivos de mi
angustia y coraje. Desde luego que Don Jaime aprovechó para darme una lección de
cómo tratar a las personas, de cómo enfrentar las injusticias y de cómo ser
digno y respetuoso incluso en los momentos más difíciles.
A años de distancia agradezco a la vida que
haya sido en esas circunstancias como aprendí el arte de la prudencia, de otro
modo, en otro momento realmente difícil, seguramente me hubiera sido más
doloroso.
Pero aprendí además algo igual de valioso, que
aquella oportunidad que me dio mi padre de explicarme no la iba a tener
siempre, que debía de andar cuidado por las ramas pues no todos me iban a tener
tal consideración; la cebolla siguió su camino sin que de mi parte jamás
volviera a haber sentimiento o expresión alguna, el mundo era demasiado grande
para los dos y para la maestra Licha, incluso para la santa abuela del palo vengador.
No hablar mal de nadie habla bien de quien lo
práctica y obviamente hablar mal de alguien habla peor de quien lo hace.
Antes de
concluir esta serie de 4 entregas de hakunas dedicados a las reglas de oro de
Baz, quiero recomendarles el documental que sobre la vida del Doctor Gustavo
Baz Prada, realizara el cineasta toluqueño Gerardo Lara y que se llama “El
volcán”, es una pieza única, una obra de arte que merece difusión y reconocimiento,
porque habiendo tantos mexiquenses distinguidos, Lara fijó sus esfuerzos en el
emblemático médico revolucionario de Tlalnepantla.
PD. Contaban que en algún recorrido con su
nieto, el Doctor Baz escuchó: “Abuelo, tienes nombre de calle”.
La mayoría de los humanos no tendremos nombre
de calle, pero habrá que ser ejemplo de buen vivir, para que nuestros herederos
ostenten con el mismo orgullo que nosotros, el buen nombre que nos ha sido
heredado.
Cetosis en progreso: -21 y contando. (pronto dejare de tener peso de frecuencia de radio)
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