viernes, 5 de febrero de 2016

Mi iPad y yo



 (Favor de leer con el ritmo de la hermosa canción del maestro Alberto Cortez)
Mi madre y yo la compramos en la tienda de don Carlos donde se paga el teléfono, fue el mismo quien la trajo, yo tenía pocos años y él apenas unas canas.
Al llegar la primavera abonamos unos pagos y le compramos su funda, con tarjetas de regalo compramos unos jueguitos para que no me aburriera.
Su memoria gasteeeee y el tiempo pasooooo, hoy sobre su brillo que los ojos me amoló, tenemos recuerdos, mi iPad y yo.
Con el correr de los años con los pantalones largos me llegó la adolescencia, fue Safari que en el Google, busqué y perdí la inocencia.
Hoy no me hacen falta amigos, ni platicar con mis padres, todo me lo entrega ella… tenemos problemas, mi iPad y yo. Tan tan.
Aunque estoy seguro que de ser un niño de 7 años de esta época, Alberto Cortez hubiera encontrado el modo de inspirarse en algo verdaderamente bello, tenemos que aceptar que aunque esta “súper cool” que los chavitos, le sepan al iPad y al Xbox y a la compu y nos traten con desdén porque no les entendemos, no sabemos qué va a pasar después.
Es decir, los saltos tecnológicos de los últimos 20 años han sido superiores a los del resto de la humanidad, las generaciones que nacieron sin teléfono, llegaron a habituarse a él, incluso a depender, lo mismo pasó con los que nacieron sin tele, o como quienes en mi caso, nacimos sin vídeo casetera o computadora en su casa.
Este salto cuántico tendrá consecuencias, más de lo que ya las tiene, los “milenials” serán otro tipo diferente de humanos, uno muy distinto, ni mejor ni peor, solo diferente. Seguramente se acabaran las corridas de toros y los árboles de Navidad no serán cortados sino plantados, los noviazgos o los encuentros sentimentales serán esencialmente igual de emocionantes pero menos personales, habrá menos amigos cercanos, pero más en otros lugares, más música gratis, el entretenimiento será diferente, surgirán nuevos trastornos emocionales (dice Varelita mientras maneja).

Serán diferentes, pero de nosotros depende que no sean menos humanos, que sigan sintiendo, expresando y viviendo, que sepan lo bueno y lo malo y la diferencia, que aprecien tanto como uno, la experiencia de lo físico sin conformarse nunca con un emoticón. (Dedicado con cariño y respeto a mi querido sobrino – ahijado Santi)

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