viernes, 12 de febrero de 2016

SU SANTIDAD EL CHUPE

Mientras busco una fuente de información (las de inspiración no circulan los lunes), que no incluya una fuerte dosis del próximo viaje del obispo de Roma a México, incluidas las canciones, rutas, invitados, testimonios y vehículos papales, me acuerdo que mi amada dama de primera me hizo favor de grabar el primer capítulo de “drunk history” en su versión para México, que no es otra cosa que algún pasaje o anécdota de la historia contado por un “standupero” estandopedo, aquí es donde la banda dice: “que sabroso” y me remito a esa parte del software del la cajita feliz pa’ ver si la Oli no la regó.
Incrédulo  observo y escucho, lo sencillo pero bien realizado del programa, que asumo irá mejorando con el tiempo, no puedo evitar recordar al ex presidente bohemio y todas las “drunk history” que nos chopeamos en su sexenio, cabría recordar al General Ascencio de la novela de Ángeles  Mastretta, “Arráncame la vida”, afirmando que para vivir en éste país solo borrachos o locos y no hay que dejar que nos gane la cordura.
Si el ejercicio del programa fuera al revés, creo que sería muy interesante, la verdad ¿quién no ha visto un capítulo de editorial clio con unas chelas encima?, o ¿leído o escrito algo después de tomarse un par de tequilas?, a decir del maestro Joaquin Sabina, México es el mejor lugar en el mundo para ponerse borracho, dice que nunca faltan pretextos ni motivos, ya sea de felicidad o de tristeza, el Tenampa en Garibaldi o cualquier lugar en cualquier parte, es adecuado para beber.
Al respecto mi lado bohemio me dice: “siendo así, ¿porque Bergoglio advirtió, cero tequila?” como mi compadre cachetón cada lunes que se reinventa, mi lado político me indica con prudencia: “es lo políticamente correcto” y mi naciente lado paterno me grita: “¿qué no ves los resultados de la encuesta nacional de adicciones?”, es decir, como muchas cosas en la vida no tengo una sola opinión al respecto, no por falta de convicción, por el contrario, por exceso de ellas, no somos una sola cosa en la vida y aunque el ideal es la congruencia, no es un objetivo fácil pues no hay una ruta directa.
México nació embriagado, ha macerado y maridado sus momentos históricos y hemos sabido destilar nuestros granos y fermentar nuestras frutas para matizar un poco nuestra realidad, tristemente hoy, el problema es la edad en el inicio del consumo y que se trata de una puerta de entrada hacia las adicciones, al alcohol o a otras sustancias que alarmantemente ya están entre nuestros niños.
A México no sólo lo intoxican los destilados, también los excesos, parecemos un país acostumbrado a los sinsabores y a endulzarlos con licor, somos atletas o futbolistas que nos hidratamos con cerveza o tesgüino, qué brindamos a la menor provocación, que ofrendamos nuestras bebidas favoritas o las de nuestros difuntos, que como en otras culturas, la nuestra tuvo a la Mayáhuel o a Tepoztécatl, somos ancestral y naturalmente adoradores del alcohol y de sus efectos, excluyendo el económico efecto tequila de 1995.
Huimos del alcoholímetro como lo hacíamos del olfato inquisidor de nuestros padres, pero al mismo tiempo agradecemos por ambas prevenciones que en muchos casos han evitado tragedias, amamos las noches de farra, pero nos arrepentimos en las resacas a las que llamamos crudas y solemos curar con el mismo veneno, vivimos en un país envinado, desde el valle de Guadalupe en la Baja California, hasta la zona de denominación de origen de Tequila en Jalisco, pasando por los lúpulos de la cerveza en Monterrey o Toluca, el mezcal de Oaxaca y Guerrero, el Sotol de Durango, el pulque de Hidalgo o el rompope de Puebla.
Así, con mi propia “drunk history” en sobriedad, me preparo a ver el relato meloso del jerarca de la misma iglesia que enmudeció a las salas de cine con “Spotlight” (Tom McCarthy, USA, 2015), recordando que no es el primer argentino que viene con la mano de Dios al país que en aquel entonces, 1986, tenía más del 90 por ciento de católicos y que ahora cuenta a poco menos del 80, de los que muchos, me incluyo, somos prácticos y no practicantes. (A partir de aquí les ruego imaginar una voz en off que les lee lo siguiente con tiple argentino) Alguna vez escuché un diálogo en el que uno de los interlocutores decía: “¿cómo no voy a abandonar a la iglesia si la iglesia me ha abandonado a mi?, ¿porqué los sacramentos solo son válidos en los templos oficiales?, ¿será cosa del sindicato?, ¿qué se yyyyyyo ché?.

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